A ti, que me esperas

A ti, que me esperas

Echo de menos despertarme con tu nariz fría y mojada, los ruiditos que hacías mientras dormías, calmarte cuando corrías en tus sueños.

Echo de menos comunicarme contigo con una sola mirada y saber, que siempre te tendría.

¿Recuerdas cuando te tumbabas al final de mi cama? y yo te ponía mis pies fríos para que los calentaras…

Siempre, siempre, estabas contento, siempre aquellas fiestas cuando llegaba a casa.

Me has entendido cuando nadie más lo ha hecho, contigo he llorado, he reído, he jugado. Te he querido más de lo que me he imaginado.

El día que me dejaste me enfadé mucho. Eras tan importante para mí en aquellos momentos, y te fuiste así, sin avisar, sin que te tocara, eras demasiado joven.

Te recuerdo cada mañana, cuando me reciben tus compañeros con la misma alegría. Sé que estás contento de vernos. Sé que estás en todos ellos. De ti aprendí a tener tanta paciencia… ¡Cuántos zapatos que te comiste!

Gracias a ti se que es contar con alguien, tener un amigo.

A ti, que me esperas

A ti, que me esperas

Después de ti, vino mi otro gran amor. Te veía en ella en cada gesto que hacía, en cada zapato mordido, ¡en cada planta destrozada! Me costaba mucho creer que ya no estuvieras, pero tú me ayudaste a ver que ella también me necesitaba. Llegó a casa con sarna, con parásitos y en muy mal estado, era todo un reto, pero poco a poco se convirtió en mi mejor amiga.

Era extraño quererla tanto cuando todavía te tenía dentro, pero se fue haciendo su lugar. Seguro que te hubiera caído bien.

No juega mucho, le gusta más pasar las tardes tumbada al sol, sintiendo como su pelo negro se calienta. Tampoco hace muchos besos, ¡pero le gusta mucho recibirlos! Ella es más pequeñita que tú, aunque no es difícil ya que con tus 80 kilos ¡eras un peso pesado!

Cuando se cuela en mi habitación sube rápido a la cama y se hace la muerta, como si yo no la viera. Le gusta roer los árboles del jardín igual que a ti, y muchas veces hace la siesta junto a tu rosal.

Haber crecido con animales me ha convertido en una persona con una sensibilidad muy especial. Aquí tengo que agradecer a mis padres que hayan tenido la paciencia de acoger cada animal que yo llevaba. ¡Gracias a ellos hemos llegado a tener 12 perros en casa!

Tener animales no sólo me supuso un crecimiento emocional muy importante, sino que también comportó aprender sobre responsabilidades (reconozco que me costó).

Aprendí qué era sentir una pérdida, y como aprender a vivir sin ese amigo con el que lo he compartido todo.

Creo que todos mis «amigos» de cuatro patas que se han ido marchando, siempre han dejado un trocito de ellos dentro de mí. Siempre me acompañan, me vigilan, me animan y sobre todo, me esperan.

Todos los que hemos tenido animales sabemos cómo te pueden llegar a transformar, como los puedes llegar a querer. Son uno más, uno más a tener en cuenta, uno más en el coche, las vacaciones, uno más para repartir el pan, ¡y un espacio menos en el sofá!

Mi cielo está donde me esperáis vosotros.

¡Comparte esta lectura!

¿Seguimos hablando?